Me he vuelto más selectivo. Eso es lo que dice un
amigo mío sobre nuestro poco amor por locales nocturnos donde principalmente
predominan canciones con alto contenido en sabrosura,
caliéntame y nadie te ha dado tanto como yo. Puede que no me haya vuelto más
selectivo sino que directamente haya envejecido. Puede que desde que he empezado a
salir con la princesa vasca me haya convertido en un viejo aburrido que
prefiere quedarse en casa un sábado por la noche mientras el resto de amigos
míos pisotea la pista de baile, mancha sus zapatillas de salpicaduras de cubata
y clava pequeños fragmentos de vaso roto en la suela de sus New Balance.
El sábado tuve que pisar uno de estos locales. Enverano comentaba lo poco que me gusta el pueblo en el que vivo porque no tiene
esencia, está muerto, solo tiene sabrosura
y garrafón. En verano lo pasaba estupendamente bien mordiendo el polvo de la
playa mientras daba saltos delante del escenario de barrakas mientras cantaba. Al final de la noche acababa golpeando
la persiana de la pastelería Isarn a las cinco de la mañana en parte por culpa
del tequila y a mis ganas devoradoras de chocolate. Dos meses después de mi ansia chocolatil, las
mejores noches de fiesta las he pasado en Bilbao, farreando en el Casco Viejo
siendo el único percebe en un campo de mejillones vascos (perdonar la metáfora
marinera).
Toda la culpa la tienen mis innumerables noches en
Crane Lane escuchando rock indie
mientras me bebo una pinta de cerveza y/o sidra, bailo a ritmo de M83 sonando Midnight City o choriceo vasos vacíos
para mi colección que actualmente coge polvo en la estantería de mi habitación.
Ahora me he acostumbrado a lo bueno mi mente no aguanta una noche más de sabrosura. He de adormecerla con alcohol
sí o sí.
Cuando el sábado entré en aquel local vació, me vino
a la cabeza una lista inmensa de todas las cosas que podría estar haciendo en casa en lugar de escuchar esa
mierda. Digo mierda porque no tiene otro nombre y la mierda hay que llamarla
por su nombre. Ver un nuevo capítulo de Boardwalk
Empire; ver alguna de las películas
que un amigo me había recomendado esa misma noche; terminar Choose yourself de James Altucher;
dormir; cocinar; beber solo en la barra del Tulp y 95 ideas más que tenía en mi
mente. Maldigo el momento en el que no huí en Bus Nit a las 2:07. Con las
cantidades de pizza que me había metido horas antes en la Milonga (o Bergota como le llaman los amigos) era imposible que una Voll Damm pudiera hacer algo en mí blindado
cerebro de post-erasmus.
Así pues mi cuerpo estaba seco de alcohol, no estaba
dispuesto a gastar un céntimo en aquella mierda de sitio, me notaba hinchado
(uno de los motivos por los que no me lancé a la bebida) y la música era tan
deprimente que uno de mis amigos estuvo sentado en un rincón toda la noche. Ahora
pienso lo sumamente estúpido que fui al pedir una Cocacola en la barra. Había
consumición obligatoria, me notaba hinchado y pido una Cocacola. En momentos de
guardia baja, el ser humano puede ser muy estúpido.
Dios sabe cómo aguanté una hora y media en aquel
sitio. Cuando entramos éramos cuatro y el del tambor. Una pareja de cuarenta y
pocos. El varón iba fuerte, vodka con Red Bull. La primera vez que estuve en
ese sitio, me metí dos tequilas de golpe. Lo pasé muy bien pero cuando me
dijeron de ir a casa, no me resistí. Debería haber repetido mí formula. Carlos
bailaba con sus sonrisa de Carlos Baute y yo me acababa mí Cocacola mientras
ponía en común mis ideas sobre la música con algunos otros desgraciados como yo. Otros más
listos, corrieron a la barra a llenarse de cereza. Les funcionó y vivieron
felices y bailaron toda la noche.
He de hacer un pequeño inciso porque he de destacar
los dos tipos de baile sabrosón. Está
el que le gusta el estilo de música latino como a Carlos. Carlos baila con ganas,
sonríe como Carlos Baute y ruge a las chicas con sus ojos azules que no se ven
de noche. Luego estamos los otros. Bebemos por aguantar la tecnopachanga o reggeaton. En este grupo, al sujeto le importa un
comino lo mierda de música que está sonando. Lleva al menos el “puntillo”, la
música no suena en su cabeza, se mueve como un indio, bota y no sincroniza sus movimientos con el ritmo.
Después de estas palabras puede parecer que esté
amargado y me haya hecho viejo. No, yo solo busco un lugar en el que beber
cerveza y escuchar a Johnny Cash o Hozier juntos no sea raro. Que tenga música
en vivo y el máximo de sabroseo permitido
sea Danza Kuduro. El jueves me voy a Bilbao y volveré a compartir mesa con
vascos pero también con un asturiano y varios franceses.
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