miércoles, 6 de agosto de 2014

Viaje al pasado: la peluquería

Vengo de la peluquería donde me he cortarme el pelo a un nivel aceptablemente corto pero que al mismo tiempo, conserve el sexappeal del que Sara se siente atraída. Lo que he visto en la peluquería ha sido pura cotidianidad, una capsula del tiempo.

El hombre que hoy me ha cortado el pelo, es el mismo que me cortaba el pelo cuando era pequeño e iba a otra peluquería regentada por un pesetero. Cuando llegó la hora, este buen hombre se fugó y montó su propia peluquería, haciéndose con una buena cuota de mercado. Siempre hay que pedir hora para poder cortarse el pelo allí. Su peluquería me recuerda mucho al barbero japonés de Pearl Harbour que en la película, pasaba información al ejército japonés. Tiene unas ventanas muy grandes, por lo que puedes ver la plaza y una calle principal. El peluquero puede ver pasar a la gente, saludarla y ver a sus clientes, comprobar cómo se peinan o las últimas tendencias. Llevo unos diez o doce años yendo a ese peluquero y desde entonces, pocas cosas han cambiado en ese establecimiento.

En una época de rebeldía y cuando me encontraba en la edad más gilipollas del mundo, la adolescencia, me cambié de peluquero y me fui a una con más estilo. Sin embargo, esta nueva peluquera a que además de ser una cotilla y trabajar para la CIA del barrio recopilando información, me cobraba once euros por lavar y cortar. ¿Acaso tengo el pelo largo? ¿Acaso me has preguntado si quiero que me lo laves? En aquel lugar, las yayas campaban a sus anchas y contaban las mil doscientas treinta y tres penas que sufrían; eso sí, el sofá era de lo más cómodo. A todo esto, no quiero decir que mi actual peluquero corte y peine como un franquista, es excelente pero maneja menos estilos que la cotilla de barrio a la que fui durante cuatro meses.

La peluquería que se llama como el peluquero, conserva los mismos muebles con los que abrió: madera azul barnizada con tres fotos de modelos con peinados que nadie pide pero sí les inspira. En una vitrina se exponen varios frascos de perfumes que jamás nadie ha pedido y cinco sillas junto a un perchero crean el espacio donde los clientes esperan a su turno. En una mesa, comics de Mortadelo y Filemon, Zipi y Zape y Aserix y Obelix acompañan a varios ejemplares (ninguno reciente) de la revista ¡Hola! De joven, ojeaba el Interviu buscando las fotos de las chicas en pelotas para poder recrearme la vista. Siempre lo hacía cuando no tenía a nadie a mi lado. Por la tardes, el peluquero siempre ve Saber y Ganar y este responde las preguntas en susurros mientras corta el pelo; después ve los mil y una veces repetidos documentales de La 2 (no dejan de ser fascinantes).

Hoy mientras me cortaba el pelo, en una de las sillas, un abuelo leía el Marca. Como el peluquero solo habla con la gente mayor que conoce (como con mi padre), el silencio se había hecho en la peluquería y solo se podía oír el ruido del aparato del aire acondicionado. El peluquero que debía haber visto a través del espejo que el abuelo leía el Marca le pregunta cómo cree que va a venir la temporada este año. “Mucho centrocampista y poco delantero” responde el señor mayor. Comienzan a hablar del Real Madrid y del Barça, como en la política, el bipartidismo campa a sus anchas. El anciano sentencia su pronóstico con un “Lo tendrían que haber vendido ya” como diciendo todo y nada al mismo tiempo.


Me cepillan las orejas y laterales para eliminar todo resto de pelo, pago siete euros cincuenta y sin olvidarme las gafas, dejo aquel paraíso climático de aire acondicionado. 

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