Vengo de la peluquería donde me he cortarme el pelo a un nivel
aceptablemente corto pero que al mismo tiempo, conserve el sexappeal del que Sara se siente atraída. Lo que he visto en la peluquería
ha sido pura cotidianidad, una capsula del tiempo.
El hombre que hoy me ha cortado el pelo, es el mismo que me
cortaba el pelo cuando era pequeño e iba a otra peluquería regentada por un
pesetero. Cuando llegó la hora, este buen hombre se fugó y montó su propia peluquería,
haciéndose con una buena cuota de mercado. Siempre hay que pedir hora para
poder cortarse el pelo allí. Su peluquería me recuerda mucho al barbero japonés
de Pearl Harbour que en la película, pasaba información al ejército japonés. Tiene
unas ventanas muy grandes, por lo que puedes ver la plaza y una calle principal.
El peluquero puede ver pasar a la gente, saludarla y ver a sus clientes,
comprobar cómo se peinan o las últimas tendencias. Llevo unos diez o doce años
yendo a ese peluquero y desde entonces, pocas cosas han cambiado en ese
establecimiento.
En una época de rebeldía y cuando me encontraba en la edad
más gilipollas del mundo, la adolescencia, me cambié de peluquero y me fui a una
con más estilo. Sin embargo, esta nueva peluquera a que además de ser una
cotilla y trabajar para la CIA del barrio recopilando información, me cobraba
once euros por lavar y cortar. ¿Acaso tengo el pelo largo? ¿Acaso me has
preguntado si quiero que me lo laves? En aquel lugar, las yayas campaban a sus
anchas y contaban las mil doscientas treinta y tres penas que sufrían; eso sí,
el sofá era de lo más cómodo. A todo esto, no quiero decir que mi actual
peluquero corte y peine como un franquista, es excelente pero maneja menos
estilos que la cotilla de barrio a la que fui durante cuatro meses.
La peluquería que se llama como el peluquero, conserva los
mismos muebles con los que abrió: madera azul barnizada con tres fotos de
modelos con peinados que nadie pide pero sí les inspira. En una vitrina se
exponen varios frascos de perfumes que jamás nadie ha pedido y cinco sillas
junto a un perchero crean el espacio donde los clientes esperan a su turno. En
una mesa, comics de Mortadelo y Filemon,
Zipi y Zape y Aserix y Obelix acompañan a varios ejemplares (ninguno reciente) de
la revista ¡Hola! De joven, ojeaba el Interviu
buscando las fotos de las chicas en pelotas para poder recrearme la vista. Siempre
lo hacía cuando no tenía a nadie a mi lado. Por la tardes, el peluquero siempre
ve Saber y Ganar y este responde las
preguntas en susurros mientras corta el pelo; después ve los mil y una veces
repetidos documentales de La 2 (no dejan de ser fascinantes).
Hoy mientras me cortaba el pelo, en una de las sillas, un
abuelo leía el Marca. Como el
peluquero solo habla con la gente mayor que conoce (como con mi padre), el
silencio se había hecho en la peluquería y solo se podía oír el ruido del aparato
del aire acondicionado. El peluquero que debía haber visto a través del espejo
que el abuelo leía el Marca le pregunta
cómo cree que va a venir la temporada este año. “Mucho centrocampista y poco
delantero” responde el señor mayor. Comienzan a hablar del Real Madrid y del
Barça, como en la política, el bipartidismo campa a sus anchas. El anciano
sentencia su pronóstico con un “Lo tendrían que haber vendido ya” como diciendo
todo y nada al mismo tiempo.
Me cepillan las orejas y laterales para eliminar todo resto
de pelo, pago siete euros cincuenta y sin olvidarme las gafas, dejo aquel paraíso
climático de aire acondicionado.
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