Esta mañana me he
levantado y he encendido el ordenador antes de hacer un poco de ejercicio
mañanero. Para mi sorpresa, se me ha presentado este artículo del súper cool periódico New York Times (“God
bless America! Hell ya!!) hablando sobre unos ejercicios de siete minutos de
duración. Es perfecto he pensado. El objetivo de estos ejercicios es engrasar
bien el cuerpo y hacerte sudar de buena mañana. Y hay que decir que tal y como
dice el artículo, cada uno de los ejercicios los notarás incomodos. El lado
bueno es que solo son siete minutos. Así pues durante aproximadamente treinta
segundos cada uno, haces un juego de pies, brazos y resistencia que harán
descubrir tus puntos flacos. Yo he conseguido hacerlos todos menos los dos
últimos pues aún me queda mucho por mejorar en resistencia de brazos.
Por otro lado, ya queda
menos para acabar de trabajar. Por un lado tendré el doble de tiempo para
dedicarlo a asuntos personales. Por otro lado comenzaré a comerme mis ingresos
tan rápido como mi perra solía vaciar el cazo de pienso. Solo me queda depender
del Estado cual parasito. Así pues no he descartado la posibilidad de buscar un
trabajo de fin de semana. También puedo escribir un bestseller y hacerme rico.
De todas formas, Jonatan
Franzen me ha enamorado con su narrativa en el libro que ya hace tres semanas
que compré Las correcciones. Sin
embargo, la innumerable lista de tareas me impide dedicar tantas horas como
querría al propio libro. Quizás debería estar leyendo en vez de escribir este
blog. Me está encantando el libro porque hace un retrato estupendo de la
sociedad. El libro hace un retrato de la sociedad americana de la última década
del siglo veinte (para los que no sepan cual es esa última década, hablo de los
noventa) pero yo creo que se asemeja muy bien a la sociedad española. Yo solo
sé que mi madre se parece mucho a Enid.
Para acabar, en estas
últimas dos semanas afronto la despedida de Alba quien marcha de Erasmus a
Finlandia y también me reciben las sextas o séptimas fiestas de pueblo. Esta
vez no pienso beber otra cosa que no sea cerveza o agua de Valencia. El año
pasado en la despedida de Mireia y mía, fui envenenado con unos licores
caducados que guardaba el padre de Alba en el bar. Aun así, sospecho que el
detonante de todo aquello fue el chupito de Beefeater que me endosaron. ¿Resultado?
Mi dosis de alcohol ha sido reducida sustancialmente. Aunque durante Erasmus
bebí, reduje mi dosis alcohólica y ahora he dejado atrás esa época adolescente.
El tiempo sigue
inestable, ahora mismo asoman unos nubarrones detrás de la colina donde está la
Ermita de Gràcia. No me quejo porque el verano está siendo suave, sin altas
temperaturas y el único problema está siendo que la mantequilla tarda más en
ablandarse de lo que habría tardado el verano anterior.
A propósito, ayer escuché
en televisión que han descubierto el fármaco definitivo para acabar con la
alopecia. El único requisito para que este funcione, es que la persona que lo
tome tenga diagnosticada la alopecia. Explico esto porque ayer vi algo
alucinante a la par de asqueroso. Era algo antagónico. Un ruso casi calvo pero
con más pelo en la espalda del que jamás había visto. A decir verdad, me
recordó a mi compañero asturiano Miguel quien tenía una plaza de toros en la
cabeza y en la espalda tenía un jardín. La única diferencia entre el ruso y él,
es que Miguel se depila la espalda y que Miguel tiene más sexappeal que aquella botella de vodka andante. El hombre iba con
su madre (quizás era su abuela porque estaba muy desmejorada) quien creo que
había decidido combinar el color canoso de su pelo con el resto de la
indumentaria pues lo llevaba todo de color plata.
Nasdrovia a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario