Cuando uno trabaja de cara al público, recibe la visita de
gente muy variopinta. Hay veces que me llega gente simpática y detrás, gente de
la más antipáticos del mundo. Este año de hecho, me he propuesto aumentar mi
simpatía delante de los turistas y mi habilidad vendedora cuando así lo
requiere. Sin embargo hay días que uno no puede lidiar con algunos clientes.
Tengo estudiado que el coeficiente intelectual de muchos, se reduce en varios
puntos cuando vas de vacaciones. Aun así, siempre tienes la visita de gente que
pese a lo descabelladas que parecen sus historias, le dan un toque cómico a la
jornada.
El domingo pasado, con la zarzuela de fondo y 29,6 grados en
el interior, una mujer entró decididamente, como si supiera qué es lo que
quería comprar. Mientras yo ponía varios relojes en hora y miraba las musarañas
a la espera de algún cliente, esta señora vino rápidamente a preguntarme por un
buda. La señora llevaba el pelo teñido de color granate y contrastaba mucho con
el tono blanco de su piel, lo que denotaba que no había pisado la playa en
absoluto.
Me preguntó si recordaba a una amiga suya ciega que venía
cada año. Al parecer esta señora ciega, venía año tras año y era bastante
conocida por el número de budas de la suerte que se llevaba verano tras verano.
El año pasado, la gente a la moda, se había obsesionado con lo asiático y se
había lanzado a poner budas en los rincones de su casa con el objetivo de traer
paz y prosperidad.
Esta señora, muy emocionada, como si hubiera hecho un gran
peregrinaje. Mientras, le ponía la fecha correcta a los Casio, la señora
contaba casi entre lágrimas, como por fin había encontrado la tienda y lo
contenta que estaba. Al parecer, la ciega había derribado uno de sus budas al
dar con el pie en un pedestal donde había puesto el buda (la señora no lo tenía
muy claro, pero ella cree que fue así). Esta señora estaba de lo más orgullosa
pues se vanagloriaba de haber sido pionera en poner un buda de la suerte en su
casa y extender la moda en su barrió. Es más, ella fue quien le enganchó a la
ciega, el interés por los budas.
Con mil y un gracias, la señora se despedía, pues ya estaba
lista para emprender su viaje de vuelta a casa, ocupar de nuevo el sitio de
aquel pedestal con el buda de la suerte y dar una buena noticia a ciega. Desde
aquí le envío parte de mi suerte, por poca que sea.
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