miércoles, 30 de julio de 2014

El buda de la suerte

Cuando uno trabaja de cara al público, recibe la visita de gente muy variopinta. Hay veces que me llega gente simpática y detrás, gente de la más antipáticos del mundo. Este año de hecho, me he propuesto aumentar mi simpatía delante de los turistas y mi habilidad vendedora cuando así lo requiere. Sin embargo hay días que uno no puede lidiar con algunos clientes. Tengo estudiado que el coeficiente intelectual de muchos, se reduce en varios puntos cuando vas de vacaciones. Aun así, siempre tienes la visita de gente que pese a lo descabelladas que parecen sus historias, le dan un toque cómico a la jornada.

El domingo pasado, con la zarzuela de fondo y 29,6 grados en el interior, una mujer entró decididamente, como si supiera qué es lo que quería comprar. Mientras yo ponía varios relojes en hora y miraba las musarañas a la espera de algún cliente, esta señora vino rápidamente a preguntarme por un buda. La señora llevaba el pelo teñido de color granate y contrastaba mucho con el tono blanco de su piel, lo que denotaba que no había pisado la playa en absoluto.

Me preguntó si recordaba a una amiga suya ciega que venía cada año. Al parecer esta señora ciega, venía año tras año y era bastante conocida por el número de budas de la suerte que se llevaba verano tras verano. El año pasado, la gente a la moda, se había obsesionado con lo asiático y se había lanzado a poner budas en los rincones de su casa con el objetivo de traer paz y prosperidad.

Esta señora, muy emocionada, como si hubiera hecho un gran peregrinaje. Mientras, le ponía la fecha correcta a los Casio, la señora contaba casi entre lágrimas, como por fin había encontrado la tienda y lo contenta que estaba. Al parecer, la ciega había derribado uno de sus budas al dar con el pie en un pedestal donde había puesto el buda (la señora no lo tenía muy claro, pero ella cree que fue así). Esta señora estaba de lo más orgullosa pues se vanagloriaba de haber sido pionera en poner un buda de la suerte en su casa y extender la moda en su barrió. Es más, ella fue quien le enganchó a la ciega, el interés por los budas.


Con mil y un gracias, la señora se despedía, pues ya estaba lista para emprender su viaje de vuelta a casa, ocupar de nuevo el sitio de aquel pedestal con el buda de la suerte y dar una buena noticia a ciega. Desde aquí le envío parte de mi suerte, por poca que sea. 

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