jueves, 31 de julio de 2014

Camino al trabajo

Durante los últimos días ha llovido bastante por lo que he bajado al trabajo en coche. Después de tres días, se me hizo extraño volver a bajar andando de nuevo. Siempre sigo la misma ruta a pie hacia el trabajo. Es curioso como al final, esa ruta se graba en el cerebro y no importa si vamos escribiendo en el móvil o empanados, que tu cuerpo pone el piloto automático y te lleva sin darte cuenta. Desde la semana pasada, he decidido hacer una variación en mi ruta porque tiene más sombra y sube la brisa marina calle arriba desde la playa.

Siempre salgo justo de tiempo. Me gusta aprovechar al máximo mí tiempo libre antes de trabajar pues hasta las 23:00 no volveré a ser libre. Así siempre voy apurado: ponerme unas bermudas y una camiseta, cepillarme los dientes mientras me echo desodorante y me hecho gel en el pelo para peinarme. Detrás mi madre dándome los últimos detalles de cosas que corren urgencia en el trabajo y se han de hacer antes de que ella llegue. Sus palabras son como un Big Data y he de hacer un esfuerzo enorme por recordar los mil y un puntos que me cita y sus innumerables detalles que quiere que consten en las tareas.
Salgo por la puerta de casa a las 14:48 aunque cuando tengo un golpe de gracia y puedo salir antes, puedo ir más tranquilo y relajado. Apenas hay diez minutos caminando y durante ese tiempo me da tiempo a escuchar dos o tres canciones de Sigur Rós aunque últimamente estoy muy Adele y me ha dado por escucharla durante mis andanzas. También me da tiempo de escribir unos cuantos mensajes a Sara quien vive como una reina aunque no la culpo, es vasca.

Es una hora en la que las calles están bastante tranquilas. La gente ha vuelto a casa para comer y en las plazas solo queda la gente que no quiere estar en un lugar cerrado o directamente no tiene hogar. Cuando paso por delante de una plaza delante de un hotel, esta está llena de niños a la espera de un monitor que los lleva a la playa. Ellos me identifican como aquel chaval (o aquel capullo que les dice que no toquen) que trabaja en esa tienda que tiene mierdas de broma pero que parecen tan reales que se podrían comer. Otras veces esa misma plaza esta desierta y solo hay un vagabundo que busca echarse una siesta en un banco junto a la puerta de una casa. Después me olvido de desconectar el Wi-Fi del móvi, se conecta con el de la biblioteca y no tengo conexión durante unos segundos. Paso por delante de un bar que nunca me ha dado muy buena espina. Lo regenta gente con pinta de ir medio borracha todo el día, hacen menús cada día y en la pizarra escriben los platos con letra de palo y con un estilo muy infantil; ayer podía leer CODILLOS AL HORNO pero cuando vi en la pizarra, aquellas letras de palo tan apretujadas, pensé que habían cocinado codillos a la sal en el menú. En la puerta, siempre hay un hombre bebiendo una copita de anís quien no se quita el sombrero de vaquero pese a estar bajo una enorme sombrilla de terraza.


Después ando por una última calle la cual está a la sombra y sopla una fuerte brisa. Paso por delante del portal de un ex compañero del casal de verano que era un malcriado; aun así, estaba forrado y vivía en una casa muy señorial. Saludo a amigo camarero en una heladería argentina cuyo nombre significa  preservativo en francés y después entro a trabajar durante las siguientes ocho horas. 

Como he mencionado a Sigur Rós mientras os escribía, me he puesto a escuchar el que quizás es su canción más conocida Hoppípolla. He visto su videoclip y me ha parecido tan wicked, travieso en una forma muy picara, con los abuelos en el papel de los jovenes, que he decidido dedicároslo

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