viernes, 25 de julio de 2014

Amparo la del rellano

Amparo limpiaba las zonas comunes del edificio desde hacía ocho años. Había empezado a hacerlo después de que la mujer que lo hacía antes, se mudara a una residencia de ancianos. Lo hacía para conseguir en casa un extra a final de mes y poderse permitir un capricho en vacaciones. Era el momento perfecto para recoger información de los vecinos. Normalmente se paraba a hablar diez o quince minutos con algunas mujeres del tercer piso que estaban solas y lo sabían todo. Después criticaban a unos y a otros (aunque luego se criticaran a las espaldas). Al parecer el hijo menor de los del segundo, se había ido a estudiar a Irlanda. Ella no sabía dónde estaba Irlanda, es más, no sabía si las viejas se habían equivocado y se referían a Islandia que tampoco sabía muy bien donde estaba pero le sonaba más que Irlanda.

Había iniciado una nueva investigación personal para averiguar quién estaba dejando mear al perro en el rellano y no lo estaba fregando. Amparo había dejado de colgar inofensivos carteles fotocopiados pidiendo por favor a los vecinos, que no dejaran hacer las necesidades de los animales en el rellano. Ahora tomaba nota mental de todos aquellos vecinos con perro, aquellos con cachorro y que por tanto tenían más probabilidad de hacerlo. Una vez tuvo que recoger una mierda. Se indignó muchísimo y ni el mismo presidente de la comunidad dijo algo. Amparo cree que fue el nuevo perro del presidente, un bichón maltés que apenas tiene seis meses.

Su hija María, cada vez se parecía más a ella (incluso en los gritos). Los vecinos podían escuchar a Amparo hablar en el rellano desde el salón de casa. María tenía 16 años y ya comenzaba a rondar con algunos chicos de su edad. Amparo recordaba aquellos tiempos en los que conoció a su marido hace ya unos 23 años (año arriba, año abajo). Ya no eran tan fogosos como solían serlo de jóvenes y apenas se regalaban un achuchón durante el aniversario de bodas o cuando María se iba de viaje de fin de curso. Lamentablemente, este año, la crisis había dejado a María sin viaje a Londres. A su marido Paco le habían reducido la jornada de trabajo en el hotel porque se habían cancelado el 50% de las reservas echas por rusos. Decían que había sido culpa de los conflictos en Ucrania. Este año, por muchos rellanos que limpiara y por muy bien que lo hiciera, no estaba segura si la economía doméstica podría permitirse unas vacaciones.

Elegir entre las rebajas o las vacaciones era un gran dilema. La verdad es que esta vez se inclinaba por ir de rebajas. Desde que una de sus amigas de la infancia (Encarna) la agregara al Facebook (o feisbus como decían todas), habían estado preparando una cena de reencuentro. A muchas hacía más de 25 años que no las veía. Como ella y otras amigas, muchas se habían mudado varias veces a causa del trabajo de sus padres y después del colegio habían perdido el contacto. En esa cena todas irían con sus mejores galas y todo sería una competición por demostrar quien había conseguido brillar más y parecer más joven.

Amparo tenía 38 años pero el tabaco le había dibujado varias arrugas el labio y tenía varias manchas en la cara que le castigaban con una apariencia más anciana. Cada año intentaba hacer un poco de ejercicio pero siempre acababa dejándolo. Este año había empezado con zumba. Se había hecho con unan colección de zumba a través del periódico El País pero apenas tres semanas después de empezar a utilizarla, lo abandonó porque el lector del DVD se había roto. Vaya suerte la suya. Cuando se apuntó a pilates en el Casal de la Dona, lo dejó por ser la única con menos de cuarenta años dentro del grupo.


Aunque no era tan mayor, Amparo no estaba descontenta con su vida adulta. Había conseguido una familia (había pensado en ir a por el segundo) y tenía una casa en propiedad, el sueño español como decían sus padres. Sin embargo notaba que necesitaba un cambio y que sus días se habían vuelto demasiado monótonos. Mientras veía las recetas de Sergio y a Mariló Montero metiendo la pata en la cocina, ella apuntaba recetas en un viejo cuaderno de partitura que había tenido que comprar a su hija hace tres años y jamás había llegado a estrenar. Aquel cuaderno estaba casi lleno pero casi nunca probaba nuevas recetas porque consideraba a su marido y su hija, unos tiquismiquis. 

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