jueves, 31 de julio de 2014

Camino al trabajo

Durante los últimos días ha llovido bastante por lo que he bajado al trabajo en coche. Después de tres días, se me hizo extraño volver a bajar andando de nuevo. Siempre sigo la misma ruta a pie hacia el trabajo. Es curioso como al final, esa ruta se graba en el cerebro y no importa si vamos escribiendo en el móvil o empanados, que tu cuerpo pone el piloto automático y te lleva sin darte cuenta. Desde la semana pasada, he decidido hacer una variación en mi ruta porque tiene más sombra y sube la brisa marina calle arriba desde la playa.

Siempre salgo justo de tiempo. Me gusta aprovechar al máximo mí tiempo libre antes de trabajar pues hasta las 23:00 no volveré a ser libre. Así siempre voy apurado: ponerme unas bermudas y una camiseta, cepillarme los dientes mientras me echo desodorante y me hecho gel en el pelo para peinarme. Detrás mi madre dándome los últimos detalles de cosas que corren urgencia en el trabajo y se han de hacer antes de que ella llegue. Sus palabras son como un Big Data y he de hacer un esfuerzo enorme por recordar los mil y un puntos que me cita y sus innumerables detalles que quiere que consten en las tareas.
Salgo por la puerta de casa a las 14:48 aunque cuando tengo un golpe de gracia y puedo salir antes, puedo ir más tranquilo y relajado. Apenas hay diez minutos caminando y durante ese tiempo me da tiempo a escuchar dos o tres canciones de Sigur Rós aunque últimamente estoy muy Adele y me ha dado por escucharla durante mis andanzas. También me da tiempo de escribir unos cuantos mensajes a Sara quien vive como una reina aunque no la culpo, es vasca.

Es una hora en la que las calles están bastante tranquilas. La gente ha vuelto a casa para comer y en las plazas solo queda la gente que no quiere estar en un lugar cerrado o directamente no tiene hogar. Cuando paso por delante de una plaza delante de un hotel, esta está llena de niños a la espera de un monitor que los lleva a la playa. Ellos me identifican como aquel chaval (o aquel capullo que les dice que no toquen) que trabaja en esa tienda que tiene mierdas de broma pero que parecen tan reales que se podrían comer. Otras veces esa misma plaza esta desierta y solo hay un vagabundo que busca echarse una siesta en un banco junto a la puerta de una casa. Después me olvido de desconectar el Wi-Fi del móvi, se conecta con el de la biblioteca y no tengo conexión durante unos segundos. Paso por delante de un bar que nunca me ha dado muy buena espina. Lo regenta gente con pinta de ir medio borracha todo el día, hacen menús cada día y en la pizarra escriben los platos con letra de palo y con un estilo muy infantil; ayer podía leer CODILLOS AL HORNO pero cuando vi en la pizarra, aquellas letras de palo tan apretujadas, pensé que habían cocinado codillos a la sal en el menú. En la puerta, siempre hay un hombre bebiendo una copita de anís quien no se quita el sombrero de vaquero pese a estar bajo una enorme sombrilla de terraza.


Después ando por una última calle la cual está a la sombra y sopla una fuerte brisa. Paso por delante del portal de un ex compañero del casal de verano que era un malcriado; aun así, estaba forrado y vivía en una casa muy señorial. Saludo a amigo camarero en una heladería argentina cuyo nombre significa  preservativo en francés y después entro a trabajar durante las siguientes ocho horas. 

Como he mencionado a Sigur Rós mientras os escribía, me he puesto a escuchar el que quizás es su canción más conocida Hoppípolla. He visto su videoclip y me ha parecido tan wicked, travieso en una forma muy picara, con los abuelos en el papel de los jovenes, que he decidido dedicároslo

miércoles, 30 de julio de 2014

El buda de la suerte

Cuando uno trabaja de cara al público, recibe la visita de gente muy variopinta. Hay veces que me llega gente simpática y detrás, gente de la más antipáticos del mundo. Este año de hecho, me he propuesto aumentar mi simpatía delante de los turistas y mi habilidad vendedora cuando así lo requiere. Sin embargo hay días que uno no puede lidiar con algunos clientes. Tengo estudiado que el coeficiente intelectual de muchos, se reduce en varios puntos cuando vas de vacaciones. Aun así, siempre tienes la visita de gente que pese a lo descabelladas que parecen sus historias, le dan un toque cómico a la jornada.

El domingo pasado, con la zarzuela de fondo y 29,6 grados en el interior, una mujer entró decididamente, como si supiera qué es lo que quería comprar. Mientras yo ponía varios relojes en hora y miraba las musarañas a la espera de algún cliente, esta señora vino rápidamente a preguntarme por un buda. La señora llevaba el pelo teñido de color granate y contrastaba mucho con el tono blanco de su piel, lo que denotaba que no había pisado la playa en absoluto.

Me preguntó si recordaba a una amiga suya ciega que venía cada año. Al parecer esta señora ciega, venía año tras año y era bastante conocida por el número de budas de la suerte que se llevaba verano tras verano. El año pasado, la gente a la moda, se había obsesionado con lo asiático y se había lanzado a poner budas en los rincones de su casa con el objetivo de traer paz y prosperidad.

Esta señora, muy emocionada, como si hubiera hecho un gran peregrinaje. Mientras, le ponía la fecha correcta a los Casio, la señora contaba casi entre lágrimas, como por fin había encontrado la tienda y lo contenta que estaba. Al parecer, la ciega había derribado uno de sus budas al dar con el pie en un pedestal donde había puesto el buda (la señora no lo tenía muy claro, pero ella cree que fue así). Esta señora estaba de lo más orgullosa pues se vanagloriaba de haber sido pionera en poner un buda de la suerte en su casa y extender la moda en su barrió. Es más, ella fue quien le enganchó a la ciega, el interés por los budas.


Con mil y un gracias, la señora se despedía, pues ya estaba lista para emprender su viaje de vuelta a casa, ocupar de nuevo el sitio de aquel pedestal con el buda de la suerte y dar una buena noticia a ciega. Desde aquí le envío parte de mi suerte, por poca que sea. 

domingo, 27 de julio de 2014

Superman y bola plus

El sabado por la noche, después de una celebración de cumpleaños fallida, me fui a jugar al bingo en una sala de juego a las afueras de Pineda de Mar. Hacía ya varios meses que algunos amigos me habían dicho que iban a jugar al bingo muy de vez en cuando durante una hora o dos. El tópicazo de ser un juego para la tercera edad se hizo real cuando llegué. Aquello era como un club, un GRAN CLUB de la tercera edad en el que aparte había excepciones como nosotros que iban a probar suerte y a matar el aburrimiento de un sábado normal de verano. El ambiente que tenía aquel lugar era tan +cincuentón que incluso las camareras tenían esa voz fumadora y ese lenguaje tan “de quinta” (“Nenes ¿Pasáis?” nos decía la camarera con voz de fumadora y los cartones en la mano) que utilizan ellos para que te sientas como en casa. Incluso el que parecía el jefe de sala, combinaba perfectamente con el público: barriga, pelo corto con canas, gafas y apariencia seria, un hombre con cara de llamarse entre los amigos Pepe, Andrés o Manolo, algo típico de esa quinta.

El ambiente en si era bastante serio, quizás de juego, todo el mundo estaba por sus cartones y las yayas estaban muy pendientes de todo, como si llevaran años allí y fueran las reguladoras del juego. Definitivamente se respiraba cierto ludopadismo en la sala. Todo parecía estar diseñado para que consumieras. El simple hecho de comprar un cartón (por solo dos euros), te permitía iniciarte en el consumo de cualquier bebida, plato, helado que se te antojara. Así como podías meterte una copa de cava  por 1,50 euros o un helado de tres sabores por 2 euros, podías cenar por cinco.

De hecho, la razón por la que decidimos ir aquella noche al bingo, fue porque se repartían primas Superman (como anunciaban en la entrada) de 1500 euros cada media hora. El efecto Superman se había notado en la sala, pues mis compañeros me habían dicho que normalmente la sala no estaba ni la mitad de llena, aquella noche sin embargo, prácticamente lo estaba.

En mi primera partida, noté un subidón de adrenalina muy tonto. El precio del cartón te invitaba a comprar más y más y decidí muy pronto ponerme un tope. Aquellos ancianos tienen una velocidad mental alucinante, ven los números más rápido que un joven. Yo solo podía manejarme con un cartón por partida, pero aquellos ancianos bien entrenados, podían jugar con más de ocho cartones a la vez.

Al iniciarse la partida, se hace el silencio, uno ha de ir muy rápido pues el primero que cante línea, es el que se lleva el extra. Pronto cantan línea y hay gritos de maldición a nuestros alrededores. Las abuelas se enfadaban  cuando alguien se les adelantaba o solo les queda un número. El juego sigue y de repente suena en la sala “Bola plus” un premio extra de 50 euros. La expectación llegó a su punto álgido a una de la mañana con la última prima Superman. Decidimos hacer nuestra última jugada con dos cartones por persona y un total de once euros gastados en bingo aquella noche. Yo pensaba que a alguien le iba a dar un ataque cuando cantara bingo. En aquella ocasión, alguien cantó línea por error y casi lo cuelgan en la sala. La anciana que ganó a Superman, gritó un BINGO de alegría.


Abandonamos el bingo y mientras iba hacia la puerta de la sala, miraba la cantidad de cartones y dinero que tenían esos abuelos. Esos sí que viven bien. Un Mcflurry de vuelta a casa antes de acabar con un sábado suave con estilo binguero. 

sábado, 26 de julio de 2014

Ana firme como el palo de una escoba

Ana odiaba el verano por muchas razones. Para ella el verano representaba el inicio de la temporada de verano con los turistas en el hotel que ella misma llamaba ''su mansión". Ana trabajaba en un hotel de tres estrellas cómo gobernanta y tenía a cargo a varios empleados. Como muchos otros compañeros suyos que ahora eran jefes de recepción o maîtres, Ana había comenzado con 20 años en ese hotel cuando recién había abierto. Había llegado a ese hotel a razón de haber estado los dos años anteriores trabajando como friegaplatos en un hotel de la misma cadena en una localidad cercana a la que residía actualmente. Cuando tenía 19 años a Ana se le ocurrió apuntarse a un curso de inglés subvencionado por el ayuntamiento y entró como ayudante de recepción. Hacía lo mismo que una recepcionista pero cobraba un 25% menos.

A su marido Andrés, se lo presentó Purificación (la Puri para los amigos) en una sala de fiestas para turistas. Su marido trabajaba en el equipo de mantenimiento de una fábrica textil en la misma localidad. Se fueron a vivir a unos nuevos apartamentos frente a la estación de tren. A Ana le gustaba mucho ese apartamento. Tenía mucha luz y cocina americana. Sin embargo era bastante pequeño para poder criar a una familia, una de las grandes ambiciones de Ana.

Aun así, criar una familia no era la única ambición que había tenido. Poder estudiar medicina o enfermería había sido siempre su gran sueño. Antes de que internet llegara a las casas, Ana consultaba frecuentemente una enciclopedia de medicina familiar que había adquirido a fascículos durante el año pasado. Sus amigas la llamaban entre risas la “doctora muerte”. Sin embargo el matrimonio y la necesidad de pagar el apartamento, la obligaron a posponer el inicio de estudios superiores y dar mayor prioridad a incrementar los ingresos domésticos. En los inicios de su matrimonio con Andrés, Ana era una “friki” de los cursos por fascículos. Fue así como consiguió un ascenso como recepcionista. Ana estuvo encallada en el quinto fascículo a causa de lo atareados que eran sus días desde el nacimiento de su primera hija Berta, pero finalmente, Ana acabo el curso.

Al cumplir los 25, Ana y el resto de su familia tuvieron que mudarse a un piso nuevo de protección oficial para poder acoger a Miguel, el segundo hijo. Ana deseaba tener un tercer hijo pero la poca convicción de Andrés hizo darle una tregua y probar unos años más tarde.

Ahora con 36 años y dos hijos, todas sus aspiraciones por abandonar el trabajo de verano se habían esfumado y se veía más que nunca anclada a aquel puesto. Aunque no le disgustaba del todo aquel hotel, deseaba poder irse de vacaciones en una época que no fueran los meses de otoño e invierno. El destino preferido para ella y su marido eran las Canarias porque no se la jugaban con el clima. Sin embargo, en ese hotel había conseguido labrarse una carrera y pese a tener un jefe tozudo, ella estaba orgullosa de su trabajo y era respetada en la plantilla. Su amiga Puri, tenía que aguantar las innumerables críticas que hacía Ana hacia el trabajo y ella le había recomendado buscar un nuevo trabajo. No era fácil, el sueldo y la posición que ya había conseguido eran difíciles de igualar. Por el contrario, Ana también tenía que aguantar las críticas de Puri hacia su “amiga” Amparo (la vecina de Ana) quien decía Puri que era una ordinaria.

Ana tenía pocas amigas. No mantenía el contacto con ninguna amiga del colegio y los únicos amigos que podía tener, eran aquellos del trabajo con los que hacía cenas y comidas un par de veces o tres al año. A Ana tampoco le gustaba demasiado salir. Prefería relajarse en el sofá durante sus días de fiesta y leer o ver la película del domingo en Multicine. Esas películas siempre iban sobre matrimonios extraños, como el suyo.

Con los años, Ana y su marido se habían distanciado. No habían tenido el tercer hijo que ella buscaba, aunque ella siempre se lo echase en cara a Andrés durante el aniversario de boda y el callara como una monja. Ana pensaba que había perdido todo el atractivo que podía haber tenido cuando tenía veinte años. Los dos embarazos y las recetas de Arguiñano que durante varios domingos estuvo copiando, le habían pasado factura. Ana fue consciente de ello y decidió apuntarse a yoga y andar tres veces a la semana. Finalmente bajó el ritmo cuando su madre Luisa le dijo que había perdido suficientes kilos. Fueron los cincuenta euros mensuales mejor invertidos hasta el momento (a parte de la Thermomix que se compró unas navidades).

El punto de cruz, las revista Cosas de casa (su marido se quejaba siempre del número de revistas que se amontonaban en el revistero), la cocina e Internet, eran sus últimas aficiones. Podía presumir de ser una mujer culta y leía el periódico antes de acostarse. Aun así Ana arrastraba ese remordimiento por no haber seguido adelante con sus ambiciones. Ahora que se veía extraña delante de Andrés, ella buscaba progresar por su cuenta. Sus dos hijos se hacían mayores y cada año tenía menos dominio sobre ellos.

viernes, 25 de julio de 2014

Amparo la del rellano

Amparo limpiaba las zonas comunes del edificio desde hacía ocho años. Había empezado a hacerlo después de que la mujer que lo hacía antes, se mudara a una residencia de ancianos. Lo hacía para conseguir en casa un extra a final de mes y poderse permitir un capricho en vacaciones. Era el momento perfecto para recoger información de los vecinos. Normalmente se paraba a hablar diez o quince minutos con algunas mujeres del tercer piso que estaban solas y lo sabían todo. Después criticaban a unos y a otros (aunque luego se criticaran a las espaldas). Al parecer el hijo menor de los del segundo, se había ido a estudiar a Irlanda. Ella no sabía dónde estaba Irlanda, es más, no sabía si las viejas se habían equivocado y se referían a Islandia que tampoco sabía muy bien donde estaba pero le sonaba más que Irlanda.

Había iniciado una nueva investigación personal para averiguar quién estaba dejando mear al perro en el rellano y no lo estaba fregando. Amparo había dejado de colgar inofensivos carteles fotocopiados pidiendo por favor a los vecinos, que no dejaran hacer las necesidades de los animales en el rellano. Ahora tomaba nota mental de todos aquellos vecinos con perro, aquellos con cachorro y que por tanto tenían más probabilidad de hacerlo. Una vez tuvo que recoger una mierda. Se indignó muchísimo y ni el mismo presidente de la comunidad dijo algo. Amparo cree que fue el nuevo perro del presidente, un bichón maltés que apenas tiene seis meses.

Su hija María, cada vez se parecía más a ella (incluso en los gritos). Los vecinos podían escuchar a Amparo hablar en el rellano desde el salón de casa. María tenía 16 años y ya comenzaba a rondar con algunos chicos de su edad. Amparo recordaba aquellos tiempos en los que conoció a su marido hace ya unos 23 años (año arriba, año abajo). Ya no eran tan fogosos como solían serlo de jóvenes y apenas se regalaban un achuchón durante el aniversario de bodas o cuando María se iba de viaje de fin de curso. Lamentablemente, este año, la crisis había dejado a María sin viaje a Londres. A su marido Paco le habían reducido la jornada de trabajo en el hotel porque se habían cancelado el 50% de las reservas echas por rusos. Decían que había sido culpa de los conflictos en Ucrania. Este año, por muchos rellanos que limpiara y por muy bien que lo hiciera, no estaba segura si la economía doméstica podría permitirse unas vacaciones.

Elegir entre las rebajas o las vacaciones era un gran dilema. La verdad es que esta vez se inclinaba por ir de rebajas. Desde que una de sus amigas de la infancia (Encarna) la agregara al Facebook (o feisbus como decían todas), habían estado preparando una cena de reencuentro. A muchas hacía más de 25 años que no las veía. Como ella y otras amigas, muchas se habían mudado varias veces a causa del trabajo de sus padres y después del colegio habían perdido el contacto. En esa cena todas irían con sus mejores galas y todo sería una competición por demostrar quien había conseguido brillar más y parecer más joven.

Amparo tenía 38 años pero el tabaco le había dibujado varias arrugas el labio y tenía varias manchas en la cara que le castigaban con una apariencia más anciana. Cada año intentaba hacer un poco de ejercicio pero siempre acababa dejándolo. Este año había empezado con zumba. Se había hecho con unan colección de zumba a través del periódico El País pero apenas tres semanas después de empezar a utilizarla, lo abandonó porque el lector del DVD se había roto. Vaya suerte la suya. Cuando se apuntó a pilates en el Casal de la Dona, lo dejó por ser la única con menos de cuarenta años dentro del grupo.


Aunque no era tan mayor, Amparo no estaba descontenta con su vida adulta. Había conseguido una familia (había pensado en ir a por el segundo) y tenía una casa en propiedad, el sueño español como decían sus padres. Sin embargo notaba que necesitaba un cambio y que sus días se habían vuelto demasiado monótonos. Mientras veía las recetas de Sergio y a Mariló Montero metiendo la pata en la cocina, ella apuntaba recetas en un viejo cuaderno de partitura que había tenido que comprar a su hija hace tres años y jamás había llegado a estrenar. Aquel cuaderno estaba casi lleno pero casi nunca probaba nuevas recetas porque consideraba a su marido y su hija, unos tiquismiquis. 

miércoles, 23 de julio de 2014

La burbuja del turista

Cuando estoy trabajando,  me fijo en lo feliz que parecen todos los turistas que vienen a la playa. Es muy fácil diferenciar aquellos que llegan y aquellos que ya llevan varios días. Los martes es cuando muchos llegan o se van. Me encanta ver la cara de las familias cuando entran por primera vez y lo primero que se encuentran es la sección de bromas donde lo primero que encuentran es una polla de silicona o unas tetas que las puedes apretar. Todo son risas. A las nueve de la noche, las ruidosas carcajadas de tostados holandeses distorsionan la zarzuela española que suena de fondo. Después, andan a ritmo de procesión gitana de Semana Santa a través de los pasillos para decidir que van a comprar en su primera visita a Guiriland.

Durante 10 días viven en una burbuja ajena a los problemas tanto en casa como en España. El objetivo es conseguir el mejor moreno y pasarlo lo mejor posible. Pasados esos días, volverán a su país donde da la impresión que viven en una dictadura de prohibiciones y el astro rey Sol no se deja ver demasiado. Me gusta porque consiguen desconectar de sus problemas domésticos.

Algunos repiten año tras año. Mi madre mantiene correspondencia con algunas abuelas que llegaron con 40 años y sus maridos. Ahora se encuentran viudas y morenas. Son tan fieles a su querida Guirilandia que siempre escogen la misma habitación en el mismo hotel, la misma época y ya saben dónde han de ir para poder conseguir los mejores precios. Son lo que yo llamo veteranos de playa. Su moreno es envidiable y se mezcla con las arrugas y los tatuajes. Sin embargo, no son esas las vacaciones ideales que tengo en mente y no lo comparto para más de una vez.

Ayer una anciana francesa (muy tierna ella) me preguntó (me llamó señor, que honor) si estaba allí cada día. Le dije que sí y se puso tan contenta que se despidió con una sonrisa. Ahora han llegado los rusos a Guiriland y las sonrisas escasean mucho más. Uno tiene miedo de hacer cualquier cosa porque todo les parece mal. Incluso pestañear. Sin embargo cuando vienen con una copa de vino encima, son puro amor. Ayer un tal Nikolau me dio la mano al irse.


Por alguna razón, todas las señoras rusas son grandes, de caderas muy anchas. Ves a las hijas, con unas bonitas curvas y luego pienso en qué hacen en casa para crecer tanto. 


lunes, 21 de julio de 2014

No hacer nada

Desde que empecé a trabajar, tengo una obsesión por aprovechar el tiempo libre que tengo. Trabajo 8 horas seguidas desde las tres de la tarde y durante la mañana estoy libre. Entonces una fuerza suprema crece en mi interior y me dice “Levántate pronto para aprovechar ese tiempo que tienes”. Eso significa que me levanto cada día a las 9:30 aunque yo me haya ido a dormir a la 1 y media o 2.

Sin embargo, no consigo saciar esta obsesión porque aunque tengo toda la mañana, no tengo suficiente tiempo para hacer todas esas cosas que me gustaría hacer. Hoy mismo me he dado cuenta que llevo desde la semana pasada queriendo poner un nuevo carrete a mí querida Minolta siguiendo el manual y no cometer los errores que cometió mi padre. Hoy lo haré, justo después de publicar esto. De verdad, lo haré.

Lo primero que hago al levantarme (aparte de mear y lavarme la cara) son quince minutos de ejercicio matutino y desayunar mientras leo la prensa. Leer la prensa (porque yo leo más de un periódico al contrario de mucha gente) me quita mucho tiempo, pero lo veo tan imprescindible e interesante que no puedo evitarlo. Primer leo la prensa española y luego le doy un repaso a la inglesa porque siempre profundiza más en noticias de ámbito internacional. Me gusta estar enterado cada día de qué ocurre en el mundo para poder discutirlo más tarde con mi jefe. Hasta este último punto, me doy cuenta que mi vida se ha vuelto asquerosamente rutinaria y aburriría hasta a mi abuela.

Cómo dije hace unos días, el desayuno es lo que más me motiva al empezar el día y por ello siempre lo cambio. Unos días me da pereza hacerme café porque la noche anterior he olvidado dejarlo hecho en la cafetera y decido utilizar sucio café instantáneo (mi tiempo es oro estos). Otros días utilizo el café de Aldi que no está mal pero no se parece ni de lejos al que yo compraba. Después doy rienda suelta a mi imaginación y a falta de granola, buenos son los Chocopic. Estos últimos días me he tirado mucho a por una miel ecológica que compró mi madre. He de admitir que en ese aspecto, mi madre me sorprendió.

A partir de ese momento, queda un espacio de tiempo en el que decido que haré. Si escribo no podré leer otros blogs, otros libros, aprender francés (sigo con mi misión francófona), no ver series o incluso NO HACER NADA. Es todo un círculo vicioso y no podré pararlo hasta que consiga más horas libres.


De momento me despido feliz porque me quedan aún varias horas y voy a ponerle el carrete a la señorita Minolta. 

domingo, 20 de julio de 2014

¿Donde vivirías?

Ayer en la playa mientras hablábamos de vivir fuera de casa, vivir este curso en Barcelona, estudios y precios, etc, comencé a plantearme cómo sería mi hogar ideal. Eso que hacías en tus tardes de aburrimiento jugando a los Sims y luego te hartabas de ellos y los quemabas uno a uno mientras bailaban y gritaban de dolor. Era súper macabro todo. Luego llegué a la conclusión que mi hogar ideal dependería mucho de si viviera en la ciudad o en el campo. Luego mientras escribía esto, me he acordado de aquel post en Vivir al Máximo en el que me respondí unas preguntas para saber si debía o no estudiar un máster. Una de ellas preguntaba ¿Dónde vivirías?

Yo me considero como dice mi madre una persona con culo de mal asiento. Alguien al que no le gusta acomodarse en un sitio y todo se convierta en rutina. Eso me aburre. Sin embargo, opino que al final mi culo estará cansado y querrá asentarse en algún lugar y ese lugar será el lugar más guay donde yo creo que puedo vivir.

Barcelona es muy bonita pero hay mucha gente y cuando llega el verano es territorio prohibido para mantener una buena salud física y mental. Durante el verano, cuando esperas a que el semáforo para poder cruzar la Avenida Diagonal e ir a otra facultad, si miras el horizonte de la avenida, este se vuelve ondulado por la calor. A mí eso me da sensación de estar en el maldito infierno. Luego está Sant Pol, que es preciosa y hasta ahora no he encontrado mejor lugar para vivir. Ya expliqué una vez porqué me gusta Sant Pol pero quizás el motivo por el que me gusta tanto es por ese aire hippie moderno que tienen sus calles y que lucen como si el tiempo se hubiera detenido en ellas. Además tiene ausencia de kanis y de chonis (probablemente porque no hay una discoteca en 3 kilómetros a la redonda). Si tuviera el dinero, alquilaría un pisito en esos bloques de color blanco que están junto delante del mar. Luego tendría que pintar la barandilla del balcón cada año porque la brisa marina acabaría con la pintura pero vivir en ese paraíso lo compensaría. Además podría coger el tren que muere en Calella y unirme a su club chupiguay.

Luego apareció Bilbao en mi vida, la cual aunque aún no conozco en profundidad, me parece una buena ciudad para beber  vivir. A mí me gusta porque es una ciudad pequeña y para lo pequeña que es, está muy bien conectada. Solo tiene dos líneas de metro y con ellas llegas hasta el baño de tu casa. La vida nocturna es como a mí me gusta, muy de calle: hablar con desconocidos, beber, ir vestido como a tí te venga en gana y cantar. Sara le pone la guinda a la ciudad pero al contrario de lo que algunos pensarán, no me gusta Bilbao solo por Sara. Me gusta mucho porque es una ciudad unida entre sus habitantes.

Una vez asentados mis pies, debería encontrar un lugar donde asentar mi culo. Un sitio con ventanas grandes para que entre mucha luz cuando haga sol y para poder ver la lluvia cuando cae; una cocina grande porque me gusta cocinar y quiero que tenga un moledor de café de grano para poder tener café recién molido cada mañana; un despacho y poder decir “Pasa a mi despacho” o “Estaré en mi despacho” y una biblioteca donde al final los libros me comerán porque nunca tiro (ni tú) ninguno. Un jardín en el que poder desayunar por las mañanas cuando haga buen tiempo y un espacio para poder plantar algo aunque mis habilidades botánicas sigan siendo tan pobres que ni siquiera puedo hacer crecer un girasol. Me gustan mucho los materiales naturales: la madera y el cristal. Son materiales que transmiten calidez y hace hogar. El escritorio será muy largo y de cara a la ventana.


Después acabaré en un zulo que puedo limpiar en 10 minutos y con mejor acústica que ni el mejor Home-cinema del mundo.


Porque el frió tiene estilo

El verano no me gusta. Bueno sí, me gusta por el rollito vacacional que tiene (cuando las tienes) pero no me gusta cuando hace ese calor excesivo que te aplasta, te deforma cual vela de cara al sol. Unas semanas atrás era perfecto, la brisa soplaba y me gustaba ponerme una camisa de manga larga para ir a tomar algo a la playa por la noche.

Soy un chico muy de otoño e invierno. Me gusta el clima frio porque me gusta más mí ropa de invierno que la de verano porque es más elaborada y cool. Mis botas qué compré el verano pasado y con las que me siento el tío más sexy del mundo pese a tener una nariz como como un garfio; mi jersey granate con unos motivos muy hipsters que me encanta y compré en TK Maxx por solo 20 euros. Es estupendo. Además puedes llevar chaqueta y cuando llevas chaqueta no has de llevarlo todo en el bolsillo, puedes repartírtelo.

El clima de verano siempre es igual, sol, sol, sol y alguna tormenta de verano que le da un toque de sorpresa a la estación. En cambio, en invierno pueden ocurrir muchos fenómenos: sol; días con viento; frío seco; frío húmedo porque llueve; nevar; niebla; días de mucho viento. Todo es muy imprevisible. Al final lo que más te apetece después de llegar a casa es una taza de café calentito o si estás cenando, ese plato de sopa que solo tu madre sabe cómo hacer. Tienes más tiempo para hacer las cosas que te gusta hacer cuando uno está en casa y no tienes tantas excusas para salir a la calle. 

Por esa razón yo siempre digo que a mí me gustan los lugares de clima oceánico. Son lugares que te regalan los días de sol como días especiales, en los que todo se permitido. La gente sale a la calle a llenar las terrazas, tumbarse en el césped del parque o aprovechas para ir a la montaña o la playa. 


viernes, 18 de julio de 2014

El día en el que perdí mis libertades domésticas

Es curioso lo poco que apreciamos todas esas buenas cosas que nos rodean cuando las tenemos de forma continuada y como las extrañamos en cuanto dejan de estarlo.

Vivir lejos de los padres es como Nutella, siempre quieres más; o como las drogas, tu cuerpo te pide más. Estar lejos de papá y mamá es uno de esos deseos que se desarrollan solos en tu mente a medida que pasan los años y tu forma de hacer las cosas difiere más de la forma que las hacen tus  padres (por noma general, tu madre). Tú quieres nuevos platos, pero ella se niega a probar nuevos estilos y ella continúa fiel al programa culinario de la semana: hoy viernes toca acelgas y pescado. Genial. Para más inri, no es muy partidaria de dejarme la cocina por miedo a dejarla hecha unos zorros. Por desgracia, la situación económica y el no vivir lo suficientemente lejos de la capital, hizo que ese deseo no se pudiera desarrollar hasta que el universo me brindó la oportunidad de estudiar en el extranjero.

Mi apartamento para cinco no estaba tan mal, era bastante grande y mi habitación era la más luminosa de todas, con sol durante todo el día (cuando hacía sol). Me encantaban esos fines de semana en los que desayunaba, leía el periódico o cualquier otra cosa delante de la ventana y se escuchaban los arboles del parking moverse con el viento. Una de las cosas que más me gustaba de mi habitación era la mesa de escritorio. La mesa era muy larga y tenía sitio para muchas cosas y repartirlas por toda la mesa. El segundo objeto que más me gustaba de mi habitación, era un flexo de pie. Una de esas lámparas que todos hemos tenido, con la campana roja y el cuerpo negro y da una luz amarilla y caliente, mucho más acogedora que la luz blanca de las bombillas de bajo consumo.

Aun así, tenía varías pegas. El apartamento tenía moqueta y la moqueta es una guarrería porque todo lo que se cae al suelo, se queda en el suelo; la situación es más grave si uno de tus compañeros es irlandés. Muchas veces pensaba “¿Si un irlandés puede hacer esto, como estaría la cocina si hubiera tres más?
Creo que hacía una buena gestión doméstica de mi apartamento. Podía elegir que comer ese día o directamente no comer. Ir al supermercado a comprar cuatro cosas y siempre acababa comprando algo más porque habían puesto algo nuevo en oferta y las recetas fluían solas en mi mente pensando como utilizar ese nuevo producto. Algunas eran geniales: el plato de tallarines frescos con verduras y salsa Arrabiatta que tanto le gustaba a Benny; algunos otros eran verdaderos desastres: mi intento de patatas con queso o mi intento de hummus. Los pasteles que compraba para el café y el café molido para tomar en casa por las tardes. Me gustaba sobretodo porque podía utilizar nuevos ingredientes y sabores. Cuando mi madre se enteró que empecé a comer tofu, me dijo que ella no iba a comprarme tofu. No he vuelto a comer más tofu desde que regresé a casa.

Si el resto del mundo debería aprender de nuestra cocina, España debería aprender de los desayunos que tienen en el resto del mundo. En mi vida he visto desayuno más pobre y aburrido que el español. Los desayunos de mi Antigua Vida Independiente (de ahora en adelante, AVI) eran de lo más nutritivos y motivadores. Empezaba el día con aquel pan de cereales de Tesco o del mercado con la mantequilla y mi café arábico orgánico; un vaso de zumo y un buen tazón de deliciosa granola y plátano mezclado con leche fresca (porque en Irlanda, la leche es fresca y se pudre a los 5 días). Todo esto leyendo el periódico o escuchando el último report de la BBC. Era un marqués con beca.

Han pasado casi dos meses desde entonces y cuando llegué a casa, me hice la promesa de intentar copiar mi desayuno a mi modo de vida español. El resultado ha sido nefasto. Para empezar el supermercado no tiene la mitad de productos que busco; mi madre opina que la mayoría de hábitos que adapté son chorradas de estudiante. Ni el café que bebo ahora es orgánico (es de Aldi), ni los cereales que como por la mañana son granola (son frosties de Kellogs).

¿Cuánto tendré que esperar para recuperar todas estas buenas cosas? Espero que no demasiado y pueda dejar de nuevo el nido. Esta vez de forma permanente.


martes, 15 de julio de 2014

En busca del feedback perdido

Llevaba días pensando un nuevo título para el blog, pues este me parecía demasiado general y a la vez demasiado artificial y con el qué tampoco me sentía demasiado identificado. Esta mañana, me he iluminado y he decidido cambiarlo y hacer honor a esos dibujos animados que tanto me gusta por su humor tan travieso y adulto: Adventure time. Una de las cosas buenas que tiene el tener un blog tan joven y con tan baja audiencia, es que puedes hacer cambios de este tipo sin salir perjudicado o tus lectores monten en cólera por no encontrar la nueva dirección.

Hace un mes y medio decidí abrir este blog con la idea de continuar saciando esas ganas de continuar escribiendo que habían crecido a raíz de mi primer blog erasmusero. La idea era crear nuevos proyectos que hicieran de este verano algo diferente y renovador. El resultado ha sido estas 17 entradas (18 contando esta) de calidad muy variable y de las que sinceramente no sé muy bien cómo calificar yo mismo.

Como he comentado antes, de este blog he esperado obtener algo nuevo, algo que no he conseguido encontrar durante estos tres años de carrera y con la cual no me encuentro al 100% identificado. Quizás la culpa la tiene Miguel que compartió en Facebook un post de un blogger a raíz del cual descubrí a otros bloggers españoles, que me llamaron la atención. O definitivamente la culpa la tiene Sara que como dije al principio fue la que me dijo “Continua”.

Sin embargo, ya van 18 entradas y pese a que escribir se ha vuelto algo con lo que disfruto, también sufro esa falta de inspiración de la que he oído tanto hablar a través del universo blogger. Pese a que no busco hacerme famoso a raíz de este blog, ni tener 200 comentarios con cada entrada o 300 visitas, sí busco en este un poco de feedback. Me encantaría tener un poco de crítica de la mano de desconocidos que no tengan compasión y no me digan “Está bien” solo por pena.

Ya no solo soy un simple novatillo que escribe sin más en esta simple y fácil plataforma, ahora soy un novatillo al que el periodo de prueba se le ha agotado y busca hacerlo mejor. Echo un vistazo en otros blogs profesionales, de esos con decenas o cientos de visitas en un solo día y veo como lo tienen organizado para que sea más fácil obtener ese feedback del que os estoy hablando.

Para empezar, mi problema con las faltas de ortografía sigue siendo serio (aunque no tan serio como cuando suspendía los exámenes de castellano en la ESO por culpa de las faltas de ortografía). Ay señorita Lobato, que zorra era usted pero cuanto bien me hizo. Ocho años después, he logrado corregir (literalmente) ese aspecto. Aún así, cuando estos textos pasan el escáner made in Basque Country de Sara, se me pone la cara como un pimiento.

Si hay un blog que me ha ayudado a escribir mejor ha sido el de Marina. Tengo la teoría que Sara comienza a tener envidia de ella porque hablo muy bien de su blog. Yo le he dicho a Sara, que haga como todas esas youtubers británicas a las que sigue y que abra un canal para hablar de libros, pero nada, no me hace caso. ¡Maldita timidez! ¡Acabará con ella! En fin, si algo me enseño ese post de Marina, fue a escribir mejor y con ese estilo natural y personal que tanto busco.

Desafortunadamente, desde que empecé a trabajar, noto una falta de ideas e inspiración y mis días están pasando a ser demasiado normales como para atraer nuevas historias. Tengo la esperanza o la creencia, que esto cambiará una vez haya empezado mi cuarto y último curso.


Como escribió Salinger en uno de sus libros, me despido con amor y sordidez. 


domingo, 13 de julio de 2014

Más trágico que el 1-7 de Brasil contra Alemania

Hacía semanas que no conseguía levantarme por la mañana y sentir tantas ganas de escribir. Aquí estamos, mi desordenada habitación la cual mi madre califica de “vergüenza” y yo con mi cara de sueño después de haber dormido solo 7 horas. Por alguna extraña razón, no quiero dormir demasiado. Siempre estoy pensando en lo corto que es el día, lo valioso que es mí tiempo y cuanto he de aprovecharlo. Cuando trabajas, ese sentimiento se intensifica.

Hoy la habitación me apesta a leña. Es el último día de las fiestas del barrio y lo celebran haciendo alguna comida popular en la que por supuesto, el lameculos del alcalde participa. Último día de música flamenca de fondo. Gracias Señor.

Sin duda, no está siendo un verano digno de alguien que ha vuelto de Erasmus. La depresión crece en mi interior y cada día me dan más ganas de tirarme a la bebida. Para empezar, no veo a Sara, lo cual también tiene su lado positivo porque no me da la tabarra con lo despacio que leo o ver alguna serie/vlogger que a mí no me apetece. Ni yo le doy la tabarra con mi obsesión por la salud y que pronto contaré. Pero por otro lado, echo de menos esas noches post-resaca en la que subía a su céntrico apartamento con vistas al despacho de abogados y abríamos la primera sidra. Después la cosa se desmadraba y lo que había empezado como un sábado de recuperación, acababa con enviarme a por más sidra a la off licence de Washington Street (qué vida aquella…y qué lejos queda ya, 2 meses casi). Cuando digo se desmadraba, lo digo en todos los aspectos.

Llegados a este punto tan nostálgico de recordarme aquellos buenos tiempos en los que el régimen totalitario de mí madre estaba lejos de casa y en la cocina, reinaba un nuevo rey (yo) dejando entrar nuevos sabores, me pregunto si estoy siendo demasiado masoca o gilipollas de recordar estas cosas.

La mayoría de proyectos que tenía para hacer tan estupendo el verano como había planeado, no los he cumplido. El proyecto de girasol que planté a principios de junio, ha muerto. Lamentablemente, mi madre no consiguió otorgarme la habilidad de la botánica cuando me engendró. Sin embargo, he hecho un nuevo intento. Esta vez en una maceta mejor y más grande. Por otro lado, todas las fotos que hice Bolson Cerrado (Bilbo o en la lengua común, Bilbao) con mí Minolta X-700, se fueron al traste por culpa de mí padre que no enganchó correctamente la película del carrete cuando lo puso. Alex de la Iglesia debería haber grabado mi cara de terror cuando comencé a asumir que todas mis fotos estaban perdidas. Eso fue una tragedia y no la derrota de Brasil contra Alemania. Por no hablar del bonsái que ni siquiera germinó.

Por otro lado, como ya dije, este año casi todos mis amigos también trabajan (para que luego digan que no hay trabajo). Nos vemos un poco más que el cometa Halley: una vez a la semana. Ahora comenzamos a ir a chiringuitos de playa y a veces hablamos de trabajo. Qué adulto suena todo por Dios. Veo el público de 30-45 años y me asusto.

Así pues me queda un mes y medio por delante en un trabajo en el que su ambiente, no ayuda a trabajar más a gusto; una novia que va más de fiesta que yo; una madre a la que tengo como jefa; un viaje a Barcelona que planificar para Sara, aunque de eso ya hablaré.

¿Cosas buenas que han pasado estos días? Con esto ya acabo, lo prometo. Recibí una carta de UCC con mis super notazas de las que he de estar, enormemente agradecido al sistema de conversión europeo. Gracias EU.

Iba con el objetivo de escribir sobre mi futuro pero he acabado contándoos como se plantea este verano.


Me despido con Ana Belén sonando de fondo desde la plaza enviando muchos besos y ternura.

viernes, 11 de julio de 2014

Harry Potter sigue vivo en nuestro corazones (al menos en el mío)

El martes por la mañana, al consultar el periódico, me encontré con la sorpresa de saber que Mrs. Rowling (J.K. Rowling) sacaría un nuevo libro. Se trata de una especie de spin-off de su (mi) amada saga Harry Potter. Me dio como un subidón de alegría. Fue como cuando me dan fiesta en el trabajo. Harry Potter  es para mí, lo que Mary Poppins es para Sara o Mallorca para los Alemanes, lo más. He crecido con Harry Potter y he leído dos o tres veces cada libro. Qué sí, que me da igual cuantas veces te lo has leído tú, no te pregunté.

En Cork, Sara me compró el primer libro de la saga por solo 4 euros. Lo empecé este verano y me gusta, me encanta,  incluso más que en español. ¿Cómo no he leído antes los libros en inglés? Siempre he sido un jodido freak de Harry Potter (me registré en Pottermore. Sad)  y desde siempre he soñado con poder ir a esos mundos. Sería genial. Convertir cosas en otras y vivir en una sala común en plan secta haciendo hechizos, tajándola juntos y comiendo golosinas de muchos colores y sabores; hacer “el cocinillas” para hacer las pócimas y en Navidad llevar esos jerséis de lana tan calentitos y tan british.

Si eso fuera real, ahora sería muy diferente. Las casas comunes serían un burdel, Sodoma y Gomorra y se estarían envenenando a diestro y siniestro los unos con los otros. Todos ciegos a hidromiel y fumando bezoar. Vestir de Madame Malkin y Gringotts habría sido rescatada por alguien otro. Los profesores acabarían hasta los santos cojones. O no, siempre hay excepciones en clase.


Cvi la película por primera vez, me registré en Pottermore e hice el test para saber en casa debía estar. Me salió Ravenclaw. Estaba claro, esta mente privilegiada no se podía desperdiciar en Hupplepuff. Apuesto a que si hago ahora el test me saldría de nuevo la misma casa. Yo soy de los que opinan que estas frikadas que hace durante la infancia, te marcan a lo largo de la adolescencia y cuando seas adulto. Así he acabado, primero escribiendo un blog sobre Erasmus y después he acabado escribiendo este blog que mezcla mis propios pensamientos con mi propio intento de conseguir algo leíble. Siempre con la ayuda ortográfica de Sara quien me gana a friki.


lunes, 7 de julio de 2014

El verano es "maravilloso"

Hace nada, leía en el blog de una chica, lo maravilloso que es el verano. Una mierda. El verano solo es maravilloso para aquellos que pueden disfrutar de él. Con este verano, es el quinto año que trabajo en verano. Los trabajos de verano son agotadores, estresantes y calurosos. Si a este año le añades que he estado de Erasmus, mi depresión se agrava. La fortuna y mi incompatibilidad de agenda, hizo no poder cambiar mi cochambroso (a la par de privilegio) puesto de trabajo con turistas, por uno dedicado a lo que estudio. Añadámosle y este es un factor decisorio, el trabajar con tu madre.

Cuando empecé con 16 años, era el único pringado (o afortunado) de mis amigos, que trabajaba en verano; mis amigos se iban a la playa, yo veía a la gente pasar por delante con la sombrilla y las toallas y yo estaba allí, atendiendo a un maldito ruso que me hablaba en jodido ruso como si yo hablara puto ruski. Esto parece un post de desahogo y consolación, puede que lo sea. Sin embargo, con los años, mis amigos han ido entrando al mercado laboral, de forma más o menos dura que yo. Ahora me ha tocado a mí consolar o dar fuerzas a aquellos que afrontan su primer empleo de verano. Esos compañeros de trabajo; esos clientes que se creen que no les llegas, ni a la suela de la chancla o incluso esas horas de reloj que no pasan y tan eternas se hacen.

¿Cómo me motivo frente a eso? Mi único foco de motivación en este caso, es el salario a fin de mes. Puedo decir desde hace años y con la cabeza alta, que alcancé la independencia económica de mis padres (a excepción de mis estudios). Me motivo pensando en los viajes que haré a final de verano; ese portátil nuevo que me compré con mi primer sueldo; el dinero extra que ahorré para irme de Erasmus y me permitió hacer todas esas cosas que no podría haber hecho si no hubiera trabajado.

Y cuando ese ruso me explica su vida y analiza con su escáner una toalla de playa en busca de defectos, yo pienso en septiembre cuando por fin podré ver a Sara en Barcelona. También tengo ganas de volver a pasarme por el norte para ganar alguno de los kilos que perdí en Irlanda y aún no he recuperado. Vuelvo en sí y el ruso me da el certificado de aprobación.

Qué diferencia entre mis días pre-trabajo y los de ahora. Antes despilfarraba mi tiempo libre. Si un día no veía una serie, la veía al día siguiente; si no estudiaba francés ese día, lo hacía dos días después; si no iba a correr, lo hacía por la noche. Ahora, mi tiempo es oro y gestionarlo es un trabajo más complicado que extraer gas con el método fracking. Hago malabarismos para poder escribir, ver Black Sails, West Wind, Friends o Leftovers o hacer ejercicio y mi día de fiesta se ha convertido en un día en el que algo grande ha de ocurrir.

No dejo de pensar en lo afortunado que soy de tener un trabajo pero también miro con rabia a otros que consiguen lo mismo con menos esfuerzo. El año que viene, si el universo/Dios/Buda/ o yo hago bien las cosas, entraré en ese mar de agonía juvenil post-universitario llamado mercado  laboral.

¡Ánimos a todos! ¡Disfrutad del verano como podáis! ¡Yo lo hago!

jueves, 3 de julio de 2014

El sexo es como una pizza, aunque sea malo siempre es bueno.

Ayer, después de un año sin leer el periódico El País, volví a visitarlo y explorarlo. Para mi sorpresa, di con uno de estos artículos de contraportada que por regla general, están muy bien. Es uno de estos artículos, que yo me solía reservar para leer en el tren de vuelta a casa o matar el tiempo en aquellas aburridas clases de derecho mercantil. No quiero engañarme a mí mismo, pero el hecho que su título incluyera la palabra sexo, fue detonante de mi atracción por este artículo de Rita Abundancia. Tener sexo diario con tu pareja durante un año para saber si aún siente atracción por ti. Esa es la idea.

Me encanta la idea que proponen y dejar de ser una sexless marriage (pareja sin sexo) (al menos) durante un año. Pienso en la probabilidad de acabar como muchos de nuestros padres y me aterra. Me aterra por la probabilidad que tiene. Veo el nivel tecnológico de mi padre y al ritmo al que avanza la tecnología, me veo convertido en él y pronunciando nombres de apps erróneamente (porque ya no se pronunciarán en inglés, se pronunciarán en chino) y preguntando cómo puedo enviar una foto por “Washap”. Seguramente si muchos de nuestros padres siguieran esta propuesta, tu madre o tu padre, no estaría todo el día encima diciendo qué o cómo has de hacer y supervisando personalmente que no te desvíes ni un centímetro de su modus operandi de hacer las cosas. Ha de haber algo para solucionar o mejorar esto. A mí me encanta hacerlo por la mañana antes de ir a clase. Cuando vivía en Irlanda y tenía la posibilidad de hacerlo, iba rebosante de felicidad. Eso y mis desayunos eran las dos cosas que me producían un orgasmo por la mañana. Los días lluviosos y nublosos que tanto predominan en Irlanda, se volvían menos nublados o incluso soleados (esto último me quedó muy poético ¿No?). Cruzarme en el campus por las mañanas con Sara me subía la autoestima a 110.

Sin embargo, opino qué tal y como dice alguna de las máquinas de hacer el amor que cuentan su testimonio, algunas veces puede ser muy mecánico. Aun así, y cito textualmente, el sexo es como una pizza, aunque sea malo siempre es bueno. En mi opinión, es uno de los mejores remedios contra el estrés. Como experiencia personal, desahogarme de tal forma, antes de un examen de econometría de 3 horas, fue mano de santo para obtener el resultado que obtuve. Una de las máquinas del amor, perdió más de 9 kilos en solo un mes. Le pueden dar bien por culo al spinning.


Ya lo decía David Guapo en uno de sus mejores monólogos “Hay que frungir, por delante y por detrás”.


martes, 1 de julio de 2014

Llámame hipster

Últimamente me noto como sin inspiración para escribir. Sara me diría que si quiere me da temas  pero ella es que es muy esplendida. Como le gusta chulear. La verdad, es que los últimos días antes de que empezar  trabajar no han sido de gran novedad. Inauguré la temporada de baño 2014 con varios amigos y después por la noche, tuve que escuchar la incultura de algunos con la mente muy parecida a la de mi padre.

Ayer descubrí que los humanos no somos los únicos que creamos modas estúpidas, los chimpancés también. Teniendo en cuenta que somos nosotros los que descendemos de ellos  ¿Quién es más estúpido? Se cuelgan briznas de hierba porque uno empezó a hacerlo. Genial. Esto es como lo del SWAG que tan de moda está ahora entre los jóvenes adolescentes o las barbas. El otro día leí que la barba ya veía el final del túnel dentro de la moda hipster. Es una pena, a mí me gustan las barbas, quizás porque nunca conseguí tener una barba decente. Aunque una vez estuve sin afeitarme para ver la “fertilidad” de mi barba, descubrí que esta salía a trozos. Horrible. Al final opté por algo sencillo, 3 días. A Sara le encanta (y a mí también).

No sé porque la gente le tiene esa manía a los hipsters. Hoy en día ya casi todo es hipster. Un día me compré un jersey molón así con unos motivos bastante guays, un rollo muy escandinavo y al día siguiente, cuando fui a clase un chico me tachó de hipster. Al parecer mi ropa es bastante hipster pero oye, me encanta. Al final creo que todo es hipster. Utilizas la cámara analógica de tu padre, es hipster; llevas botas en vez de zapatillas, es hipster; lees clásicos literarios, es hipster; me limpio el culo con hojas de árbol en vez de papel higiénico, ¿Es hipster? Nooo, eso es ser natural y ecológico. Al final he decidido hacer lo que me da la gana y si me tachan de hipster pues será verdad quien sabe.


El otro día, estaba viendo Lost donde salía la Iniciativa Darma. Me encantaba el bunker en el que vivía Desmond, con todas esas comodidades setenteras con ese aire a lo Guerra Fria y american way of life y la canción de Make your own music de Mama Cass de fondo. Lo dicho, llamarme hipster si queréis.