Aquí
estoy de vuelta a Barcelona en mi querido Alvia que tan bien me trata. Ya sea por un error informático o por mí propia suerte, he
acabado en el vagón de clase preferente donde la única gran
diferencia son sus asientos más anchos. A mí izquierda, una chica
rubia con unas zapatillas poco discretas. Mientras yo pienso y doy vueltas a mi cabeza, ella se encuentra en el octavo sueño. Si ha de bajar en Logroño, tendrá problemas. A mi
derecha otra chica que está viendo Ocho apellidos vascos (otra víctima más de los topicazos vascos), aunque igual está
comprobando hasta que punto, el retrato que hace la película sobre
la sociedad vasca es cierto.
Es
cierto que comen mucho. Mis comidas en casa de Sara eran abundantes
hasta que aprendí a moderarme y a saber decir que no. También son
grandes bebedores. Como ya dije, primero fue el padre de Sara en
nuestra ronda de pintxos
y después a él le siguieron dos amigos suyos vascos vascos (y no es
una errata). Como estaba en el País Vasco, me decía a mí mismo
“Javier has de demostrar de que pasta están hechos los catalanes”
y yo nunca decía que no a probar nuevas bebidas y comidas de esos
rincones. Vinos, cervezas, sidras, gintonics
después de cenar y lo último fue un café escocés al acabar al
comida del txoko. I así es como acababa contento después de cada comida o cena. A
este punto y según los comentarios de la tía de Sara, he pasado la prueba alcoholica y tengo el aguante de al menos, la media vasca. Estoy muy orgulloso. Los vascos son famosos por su
fanfarronería (eso dice el tio de Sara) y les gusta también hacerse
los duros. Por ese motivo, cuando el abuelo de Sara se enteró que me
gustaba el picante, me retó a probar unas peligrosas guindillas que
venían de no se qué misteriosa aldea. Cauto, rechacé la oferta y me
retiré con el rabo entre las piernas.
Mientras,
cruzamos La Rioja y el señor catalán que se dirige a Tarragona (lo
sé por la conversación que ha tenido hace 5 minutos con el señor
Pepe) se prepara para poder tomar un poco el aire en Logroño durante
el escaso minuto que el tren se detiene para recoger a los pasajeros.
Con esta ya es la segunda vez que se levanta, debe sufrir algún tipo
de claustrofobia. Podéis llamarme cotilla pero me gusta escuchar las
historias de la gente y qué les lleva a su destino. Ojo, no
confundamos, me gusta escucharlas indirectamente, pero no me gusta
que me den la brasa sin que yo lo haya pedido. El paisaje es
precioso. Apenas llevamos hora y media de viaje y el tren me ha
regalado unas preciosas vistas a través de alguno de los Montes Vascos como
el Gorbea. Ahora, los viñedos en La Rioja y aún me queda
por ver todo el desierto de los Monegros en Aragón.
Finalmente, la chica se ha despertado como si de un sexto sentido se tratara y se
ha bajado en Logroño. Un hombre el cual como yo, parece que se
despide de su chica, remplaza el lugar de la anterior chica que
dormía a mi izquierda. Este también duerme y otra vez me ha tocado
levantarme para que pueda pasar. Interrumpo mi lectura para coger los
bollos de Goizalde que no se rompan al dejar pasar a mi nuevo
compañero de viaje.
El
sábado me descargué en mi Kindle
un libro sobre bolsa y trading
(Escuela de bolsa, manual de trading,
Francisca Serrano) del cual leí un poco en el periódico. Después de varios
intentos fallidos por descargarlo pirata y hacer un poco de
investigación sobre si valía la pena comprar ese tipo de libros, lo
hice y no me arrepiento. Para cuando llegue esta noche a Barcelona y
al ritmo que llevo me habré leído casi el 60% del libro. Tal y como indica el título, el libro explica
la bolsa y el trading
para torpes, para gente como tu y como yo. Aún me arrepiento de haber
pedido para las navidades de hace dos años, el Kindle
de Amazon. Me gustan los libros en papel y físicos y al final, solo
utilizo este aparato para leer apuntes de la universidad, apuntes míos
o cuando se da el caso, libros nuevos que para mi, no vale la pena
tenerlos en mano, como se da el caso ahora.
Después
de varias horas y con los guipuchis (así
es como llaman los de Bizkaia a los de Guipuzcoa) en el culo (quienes se han unido a nuestro tren en Castejón de Ebro), el tren corre a
220 kilometros por hora a través de los Monegros. Un AVE nos ha
adelantado y ha dado un golpe de aire contra las ventanas. Como si de
una carrera entre un Ford Fiesta y un Audi R8 se tratara. Me encanta
la mezcla de “inhospito”, “salvaje” y “frio” que tiene el
desierto de los Monegros, tiene un aire especial.
Vuelvo
de Bilbao triste (cargado como un burro y triste). Triste por no
poder continuar más tiempo con ella por el deber de trabajar.
Siempre me apoyo en las palabras de mi sabio amigo Martín quien me
dio algunos trucos secretos cuando no puedes ver a esa mujer que
quieres durante unas largas semanas. Me tomo muy en serio sus
palabras porque considero a Martín un doctor en temas de distancia.
“Cree en ello y si hace falta cree por los dos cuando sea
necesario”. Me encanta su ciudad y me encanta ella. Ella los sabe.
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