miércoles, 18 de junio de 2014

Agur Bilbo eta bona nit Barcelona

Aquí estoy de vuelta a Barcelona en mi querido Alvia que tan bien me trata. Ya sea por un error informático o por mí propia suerte, he acabado en el vagón de clase preferente donde la única gran diferencia son sus asientos más anchos. A mí izquierda, una chica rubia con unas zapatillas poco discretas. Mientras yo pienso y doy vueltas a mi cabeza, ella se encuentra en el octavo sueño. Si ha de bajar en Logroño, tendrá problemas. A mi derecha otra chica que está viendo Ocho apellidos vascos (otra víctima más de los topicazos vascos), aunque igual está comprobando hasta que punto, el retrato que hace la película sobre la sociedad vasca es cierto.

Es cierto que comen mucho. Mis comidas en casa de Sara eran abundantes hasta que aprendí a moderarme y a saber decir que no. También son grandes bebedores. Como ya dije, primero fue el padre de Sara en nuestra ronda de pintxos y después a él le siguieron dos amigos suyos vascos vascos (y no es una errata). Como estaba en el País Vasco, me decía a mí mismo “Javier has de demostrar de que pasta están hechos los catalanes” y yo nunca decía que no a probar nuevas bebidas y comidas de esos rincones. Vinos, cervezas, sidras, gintonics después de cenar y lo último fue un café escocés al acabar al comida del txoko. I así es como acababa contento después de cada comida o cena. A este punto y según los comentarios de la tía de Sara, he pasado la prueba alcoholica y tengo el aguante de al menos, la media vasca. Estoy muy orgulloso. Los vascos son famosos por su fanfarronería (eso dice el tio de Sara) y les gusta también hacerse los duros. Por ese motivo, cuando el abuelo de Sara se enteró que me gustaba el picante, me retó a probar unas peligrosas guindillas que venían de no se qué misteriosa aldea. Cauto, rechacé la oferta y me retiré con el rabo entre las piernas.

Mientras, cruzamos La Rioja y el señor catalán que se dirige a Tarragona (lo sé por la conversación que ha tenido hace 5 minutos con el señor Pepe) se prepara para poder tomar un poco el aire en Logroño durante el escaso minuto que el tren se detiene para recoger a los pasajeros. Con esta ya es la segunda vez que se levanta, debe sufrir algún tipo de claustrofobia. Podéis llamarme cotilla pero me gusta escuchar las historias de la gente y qué les lleva a su destino. Ojo, no confundamos, me gusta escucharlas indirectamente, pero no me gusta que me den la brasa sin que yo lo haya pedido. El paisaje es precioso. Apenas llevamos hora y media de viaje y el tren me ha regalado unas preciosas vistas a través de alguno de los Montes Vascos como el Gorbea. Ahora, los viñedos en La Rioja y aún me queda por ver todo el desierto de los Monegros en Aragón.

Finalmente, la chica se ha despertado como si de un sexto sentido se tratara y se ha bajado en Logroño. Un hombre el cual como yo, parece que se despide de su chica, remplaza el lugar de la anterior chica que dormía a mi izquierda. Este también duerme y otra vez me ha tocado levantarme para que pueda pasar. Interrumpo mi lectura para coger los bollos de Goizalde que no se rompan al dejar pasar a mi nuevo compañero de viaje.

El sábado me descargué en mi Kindle un libro sobre bolsa y trading (Escuela de bolsa, manual de trading, Francisca Serrano) del cual leí un poco en el periódico. Después de varios intentos fallidos por descargarlo pirata y hacer un poco de investigación sobre si valía la pena comprar ese tipo de libros, lo hice y no me arrepiento. Para cuando llegue esta noche a Barcelona y al ritmo que llevo me habré leído casi el 60% del libro. Tal y como indica el título, el libro explica la bolsa y el trading para torpes, para gente como tu y como yo. Aún me arrepiento de haber pedido para las navidades de hace dos años, el Kindle de Amazon. Me gustan los libros en papel y físicos y al final, solo utilizo este aparato para leer apuntes de la universidad, apuntes míos o cuando se da el caso, libros nuevos que para mi, no vale la pena tenerlos en mano, como se da el caso ahora.

Después de varias horas y con los guipuchis (así es como llaman los de Bizkaia a los de Guipuzcoa) en el culo (quienes se han unido a nuestro tren en Castejón de Ebro), el tren corre a 220 kilometros por hora a través de los Monegros. Un AVE nos ha adelantado y ha dado un golpe de aire contra las ventanas. Como si de una carrera entre un Ford Fiesta y un Audi R8 se tratara. Me encanta la mezcla de “inhospito”, “salvaje” y “frio” que tiene el desierto de los Monegros, tiene un aire especial.

Vuelvo de Bilbao triste (cargado como un burro y triste). Triste por no poder continuar más tiempo con ella por el deber de trabajar. Siempre me apoyo en las palabras de mi sabio amigo Martín quien me dio algunos trucos secretos cuando no puedes ver a esa mujer que quieres durante unas largas semanas. Me tomo muy en serio sus palabras porque considero a Martín un doctor en temas de distancia. “Cree en ello y si hace falta cree por los dos cuando sea necesario”. Me encanta su ciudad y me encanta ella. Ella los sabe. 







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